La mujer que abraza la arena, que viene
de lejos pero que disfruta del tránsito, porque al llegar sigue abrazada a la
arena. No porque diga por fin, como dirían algunos, viene de lejos y está
descansando del duro viaje a través de las olas. Ahora se recompondrá, se
levantará y se irá, quizá sin meditar lo que hará más tarde, quizá ya lo meditó
en el estado de librarse de las olas, de dejar de mover el cuerpo. No se
levanta porque lo que está es en el abrazo a la arena, que tampoco es un
abrazo, porque lógicamente no se deja esta, la aparentemente inerte, rodear por
su condición de plana, acumulada tras los años. Pero si se deja abrazar en el
contacto de lo intangible, con los átomos que no se cuentan porque son
invisibles, no porque no existan. Sí, se deja con el séptimo sentido, que
además es el más profundo. El del corazón, que como ya he dicho no se ve, no se
puede contar, pero eso no quiere decir que no exista.
Yo diría incluso que tiene todo lo que
necesita. No le urge ir a ningún sitio, no le urge pensar o disponer de otros
menesteres. La concha del Nautilus está ahí para ella, pero ahora no es momento
de Fibonacci. Ella ya se sabe perfecta y está en ese tránsito más allá de la
perfección de los números. Si fuéramos la espiral en su esencia, nos sentiríamos
abandonados. Ya no como concha que una vez tuvo vida y fue cobijo, cosa que
seguramente para los guardianes de las formas es necesario dejar claro. Se
siente abandonada porque es el estado del corazón el que manda, que está más
allá de las relaciones de la naturaleza, de las perfecciones espirales o los mandatos,
formulas o recetas que ordenan y distribuyen la vida. A fin de cuentas el carapacho calizo no tiene
que perdonarle nada, ni al olvido de ella, ni a la vida que tuvo dentro, para
no olvidarme de los mismos guardianes de
antes. Es la cáscara y es ahora, al igual que lo es Lorenzo con su pelaje
blanco y su inocencia más blanca todavía, siempre en su mundo, siempre en el de
todos. Los dos amaestrados por la lógica de la espiral. Y cuando digo ahora es
siempre. Porque aunque los humanos no sepamos vivir en el siempre no significa
que exista el antes o el después. Sólo nos
hemos aferrado porque tenemos mucho tiempo para divagar. Pero no es el caso de
nuestra mujer que en este momento está también en el siempre, al igual que la
arena que la abraza. Que la arena que la abraza, porque no existe abrazo que se
dé de uno a otro o de persona a cosa o viceversa. Un abrazo es un abrazo. Como
es lo mismo que decir que una obra no está acabada. Si se la deja reposar es
que no hay más que decir por el momento. Porque decir que no dice nada sería
ofuscado desde el momento que ha dado vida a este texto.